César
Oliva “En el teatro el peor parado
ha sido el autor”
En el primer tercio del siglo XX el
teatro español vivió su época dorada; había
compañías con un centenar de obras en su
repertorio, autores para todos los géneros que no
paraban de estrenar y una enorme afición que
mantenía el negocio de la escena. En los últimos
25 años el panorama no puede ser más dispar: el
Estado ha sustituido al público y al empresario
privado y el teatro lleva camino de convertirse en
un artículo de lujo. Cómo ha sido esta evolución
lo cuenta César Oliva en Teatro español del
siglo XX (Ed. Síntesis), una didáctica y amena
historia del periodo en el que no sólo analiza la
literatura dramática producida, sino también los
otros oficios escénicos que la han
conformado.
Ex-director del Festival de Teatro Clásico de
Almagro (1983-85), Oliva alterna desde su cátedra de
Teoría y Práctica del Teatro de la Universidad de Murcia
su labor de pedagogo con la de director de teatro
universitario y la de investigador. En 1989 ya publicó
El teatro desde 1936 (Ed. Alhambra), que
consideraba incompleto.
–¿Por qué una nueva
historia sobre el teatro español del siglo XX?
–Estaba interesado en ofrecer una visión global y
más completa del teatro del siglo XX, que tuviera en
cuenta el primer tercio de siglo, y además, que me
permitiera detenerme en cada periodo. No quería dar una
mera relación de nombres, sino intentar explicar al
lector que el teatro, y no la literatura dramática, es
algo que contamina, que en él tiene tanta importancia el
productor que decide montar una obra como el actor o el
autor; que el texto es lo que permanece pero el teatro
no es algo ingenuo o vírgen, sino proclive a la
contaminación porque en él se integran muchos
oficios.
–Valbuena Prat, Francisco Ruíz Ramón, y
pocos más. ¿Por qué hay tan pocos libros que abarquen la
historia del teatro del siglo XX? –Porque es muy
difícil y esos que menciona, que por supuesto admiro y
son una referencia ineludible, han escrito historia pero
de la literatura dramática. Yo tengo a mi favor que he
sido cocinero antes que fraile, he hecho teatro, empecé
en el teatro universitario como actor y sé como eran los
empresarios de antaño y los de ahora. Y no tendría esta
visión si no hubiera pasado por ello. Cada capítulo del
libro intenta situar al lector en el contexto social,
hablar de cómo se organizaban las compañías, quiénes
eran los empresarios, los locales, el público, para
destacar finalmente a los autores. Mi libro ofrece la
perspectiva del que contempla el teatro no sólo desde el
patio de butacas, también desde el escenario.
–En
su opinión, cuál fue el periodo de mayor esplendor de
nuestra escena, entendiendo por ello el momento en el
que público, autores e innovación van de la
mano? –Sin duda, de 1920 a 1930, son años en los que
se produce un número increíble de estrenos. Distintas
compañías ponen en escena un mismo título. Se habla de
crisis, pero de calidad. Tantísima producción como había
era lógico que se hiciera de forma muy precipitada, con
cuatro o cinco días tan solo para ensayar. Y luego
estaba el potencial del teatro experimental, de las
vanguardias. Era un panorama increíble que no se ha
vuelto a repetir. Quizá ocurrió algo parecido con el
teatro independiente de los años 70, que también fue muy
rico, pero no tuvo esa conexión con el teatro
comercial.
Valle, Lorca y Buero –¿Y qué
tres autores destacaría de este siglo? –Hay que
diferenciar entre los autores más representados y
aquellos que apenas tuvieron presencia en los escenarios
pero sí se valora su literatura dramática. La
comparación entre Benavente y Valle Inclán ilustra estas
dos posturas. Valle-Inclán es hoy uno de los más grandes
y, sin embargo, fracasó con el público mientras lo
contrario le ocurrió a Benavente. Luego señalaría a
Lorca porque fue capaz de conciliar el teatro comercial
y las vanguardias y, finalmente, el gran baluarte del
teatro comercial que no olvida el teatro experimental,
Buero Vallejo, de gran entidad ética y de enorme
valía.
–Usted señala en su libro que a partir de
los años 80 se ha producido en el teatro una inversión
de funciones, de forma que el Estado ha relevado al
empresario de teatro y a la taquilla. ¿Eso es
malo? –Es el síntoma del mal, o mejor dicho, el
síntoma de la realidad. Este fenómeno, que arranca desde
la transición política a nuestros días, es sorprendente
en la historia del teatro, pues nunca se había dado un
cambio organizativo tan brutal. Hoy no hay empresario
que no produzca sin subvención, o gira que no cuente con
ella, o producción que piense sólo en la fuerza de la
taquilla. El fenómeno es tan novedoso en toda la
historia del teatro que ya preparo otro libro dirigido a
analizarlo.
–Siempre ha habido un teatro de
corte. –Sí, pero no es comparable. Calderón o Lope se
benefician de un teatro cortesano pero no es comparable
con el teatro popular, el de los corrales, del que viven
los actores y las compañías y al que el público acude
con pasión.
–Es crítico con la gestión del PP,
dice que si el PSOE fracasó en su política porque no la
llevó a la práctica, el PP ha continuado con
ella. –Han caído en los mismos errores pero con un
agravante: el PP pudo comprobar la experiencia, analizar
que el error fue primar a unos grupos en detrimento de
otros, olvidarse de la creación autóctona, gastarse
tantísimo dinero en producciones sin rentabilidad... y
sin embargo, no han cambiado nada. Hoy los males se han
acentuado. Los sistemas de producción tradicionales
están agotados y se recurre a fórmulas de Broadway, que
son antiguas.
–¿El proteccionismo ha convertido
el teatro en un artículo de lujo dirigido a una clase
media culta? –Sí, por desgracia, es un artículo de
lujo. Ya presenciamos la pérdida de funciones entre
semana, la gente va al teatro como algo
especial.
–Quizá esta perspectiva propicie que el
público sienta la tentación de disfrutar del teatro como
algo exclusivo, como ocurre en la ópera. – Esa es una
visión pesimista porque considero que la ópera es el
género más muerto y más antiguo de todos, me sugiere un
teatro de museo. No, yo creo que los artistas se van a
rebelar contra esta situación.
Generación
olvidada –Dice también que el peor parado del
teatro del siglo XX ha sido el autor. –El autor ha
sido quién ha pagado el pato, ha dejado de ser motor en
la producción de obras. Narros sigue dirigiendo, Cornejo
sigue produciendo, incluso veteranos escenógrafos
trabajan más que antes, pero de los autores
contemporáneos suyos nadie se acuerda.
–¿Es en
este sentido por lo que señala que la generación de los
70 (López Mozo, Domingo Miras, Alberto Miralles...) fue
injustamente olvidada cuando llegó la
democracia? –Sí. A partir de 1980 estos autores no
cubrían las expectativas de oropeles y grandes
espectáculos que exigía el poder y se prefería
representar a Shakespeare o García Lorca que arriesgarse
con ellos.
–¿Es la juventud un requisito para ser
dramaturgo? Parece que hay más posibilidades de
estrenar, porque luego dejan de interesar al teatro
público y a las salas alternativas. –Mire, en su
época, la generación realista estrenaba en algunos
teatros comerciales. Hoy, los nuevos autores lo hacen en
unos guetos, las salas alternativas, y menos mal que
existen. Si Ernesto Caballero o Ignacio del Moral, a los
que ya no podemos llamar jóvenes, estrenan hoy en
teatros comerciales, es una rarísima excepción, porque
lo habitual es que estrenen a Terence Rattigan, que nada
tiene que ver con nuestra realidad. Y esto va a
más.
–¿Es pesimista sobre el futuro del
teatro? –Lo veo muy difícil pero intento analizarlo
con cierta perspectiva histórica. No creo que el teatro
se vaya a morir, sino que llegará un momento de
cansancio de “grandes hermanos” y otras fórmulas
televisivas zafias y abusivas que harán volver al
público.
–Ahora en Madrid triunfa la comedia y
el musical. –La comedia es el género del teatro
español por excelencia. Lo importante es que el público
vuelva y por el camino que sea porque yo soy de los que
creen que el público llama al público.