Es el gran
defensor del actor. Cuando en la década de los
80 la figura-estrella del director de escena
eclipsó al resto de los componentes que hacen
posible el milagro del teatro o cuando en los 90
el autor salió de su confinamiento y acaparó la
atención dentro y fuera de la profesión, Miguel
Narros llevaba defendiendo la figura del actor
desde sus comienzos en la dirección de escena,
allá por la década de los 60. “El actor es la
forma viva de expresión del teatro. Está tan
íntimamente ligado al teatro que sería difícil
encontrar para él soluciones que no fuesen
destinadas al teatro en sí”, comenta el director
constantemente. Además de un director de talla
incuestionable es un hombre polifacético: no
sólo ha sido escenógrafo y figurinista en el
teatro sino también en el cine, con películas
como “La regenta”, “Sonámbulos” o “La corte del
Faraón”, y también ha actuado en “El diablo con
amor” de Gonzalo Suárez o “Los paraísos
perdidos” de Martín Patino.
París y las enseñanzas
de Jean Vilar Miguel Narros nació en
Madrid, escenario más tarde de muchos de sus
éxitos, el 7 de septiembre de 1928. Con catorce
años ingresa en la compañía de Teatro Nacional
María Guerrero, donde inicia su formación como
actor. Allí aprendió, además del oficio de
actor, la importancia del espacio escénico de la
mano de Luis Escobar. Su inquietud y cierto
sentido viajero le lleva a París, donde ingresa
en el Teatro Nacional Popular de Jean Vilar, que
se convertirá en uno de sus grandes maestros.
Allí entra en contacto con las compañías y los
artistas más destacados del momento, aunque
decide volver a España con la idea de comenzar a
dirigir. De regreso a nuestro país sigue
desarrollando su carrera como actor hasta que da
su primer salto a la dirección con “Música en la
noche” de Priestley, en el Teatro Popular
Universitario. Se traslada a Barcelona donde
funda el Pequeño Teatro, donde estrena “Réquiem
para una mujer” y “El triunfo del amor”. Su
regreso a Madrid está marcado por el estreno de
“Historia de un soldado” de Stravinsky, obra que
dirige con un espléndido Antonio Gades en el
papel protagonista. “Hicimos esta obra con una
cámara negra, una plataforma pintada de rojo
donde estaba la orquesta y una cinta roja que
era la frontera”.
De esos años también
son los montajes de “Fedra”, “La señorita Julia”
y “La rosa tatuada”. La década de los 60
comienza con el encuentro decisivo entre William
Layton y Narros, un encuentro que marcó
profundamente al director. “(...) Layton me
ordenó mis pensamientos y mis ideas(...)”.
En1961 crea y dirige el Teatro Estudio de
Madrid, el TEM, una irrepetible escuela de
actores de la que salieron Ana Belén, Eusebio
Poncela, y directores como José Carlos Plaza.
En 1964 se hace cargo de la dirección
del Teatro Español de Madrid, donde debuta con
“Numancia” de Cervantes: “Significó querer hacer
algo imposible en ese momento... Quería hacer la
Numancia que había leído de Alberti”,
confiesa en la obra Miguel Narros, una vida
para el teatro y dirige también “El Rey
Lear”, entre otros. En 1965 recibe el Premio
Nacional de Teatro. Abandona la dirección del
Español en 1971 y recupera “Sabor a miel”, de
Shelagh Delaney, una pieza que ya dirigió en la
década de los 60 y que con esta nueva puesta en
escena supone la primera colaboración entre
Narros y el escenógrafo Andrea D’Odorico. Entre
ellos dos se establece una fructífera relación
que sigue hasta nuestros días y por la cual
comparten productora. En Sabor a miel se
asientan sus ideas sobre la dirección actoral y
sobre el espacio escénico, algo a lo que Narros
le da vital importancia, puesto que él mismo
ejerce de escenógrafo.
Del “Rey Lear” al
“Burlador de Sevilla”
Más tarde, en 1978 fue uno
de los creadores del Teatro Estable
Castellano, TEC, que aunque empezó
con fuerza, fracasó por falta de
preparación de los productores teatrales.
Antes de volver al madrileño teatro
español que dirige en dos ocasiones,
la última hasta 1988, participa
en la Compañía Teatro del Arte,
en colaboración con Miguel Ángel
Conejero y el instituto Shakespeare,
de Valencia, con quien en 1980 preparó
el montaje “Macbeth”, de Shakespeare,
y en 1982 “Seis personajes en busca
de autor” de Pirandello.
Entre las obras teatrales que ha
adaptado y dirigido destacan, además
de las ya mencionadas, “La cocina”
de Wesker”, “Danza macabra” de Strindberg
en 1981, “Ederra” de Ignacio Amestoy,
en 1983, “El rey de Sodoma” de Arrabal,
en 1983, “El castigo son venganza”
de Lope de Vega, en 1985, “El concierto
de San Ovidio” de Buero Vallejo,
en 1986, y “El sueño de una noche
de verano” de Shakespeare, en versión
de Eduardo Mendoza, en 1986.
Galardonado en1985 con la Medalla
de Oro de Valladolid, el premio
El Espectador y la Crítica (1987),
el premio Radio Barcelona y de nuevo
el Premio Nacional de Teatro en
1986 por el conjunto de su obra.
En 1990 dirige en el Teatro María
Guerrero de Madrid la obra “Combate
de negro y de perros”, a la que
siguieron “El caballero de Olmedo”
de Lope -un encargo de la Compañía
Nacional de Teatro Clásico-, “El
gran mercado del mundo”, “A puerta
cerrada” (1993) de Sartre, “La doble
inconstancia” (1995), “Persecución
y asesinado de Juan Pablo Marat”
(1994) y “El yermo de las almas”.
En 1997 monta por tercera vez El
rey Lear de Shakespeare y aborda
en 1998 “La vida que te dí” de Pirandello
y “Los enamorados” de Goldoni. En
1999 dirige “La estrella de Sevilla”
y en 2000 “Mañanas de abril y mano”
de Calderón. Con la llegada del
nuevo siglo Narros, que nunca ha
dejado de trabajar, ha incrementado
su ritmo de montajes. Tras la puesta
en escena de “Los puentes de Madison”
con Charo López y “Tío Vania”, el
director acaba de estrenar “El burlador
de Sevilla” en Madrid, su cuarto
trabajo para la Compañía Nacional
de Teatro Clásico.