Yasmina Reza
“La lengua es la verdadera patria, pero no siento como
propia la cultura francesa”
La prensa gala no ha sido tierna
con ella tras el estreno de su sexta obra, Une pièce
espagnole, dirigida por el suizo Luc Bondy, pero
el Teatro de la Madeleine de París está lleno todas
las noches y ya ha empezado la carrera de las traducciones
y de la venta de derechos en todo el mundo. Reacia a
la entrevistas, la más internacional de los dramaturgos
franceses ha accedido a hablar para El Cultural con
motivo de su visita a Madrid, el 15 de marzo, donde
pronunciará una conferencia.
Catapultada a la fama en 1994 con Arte,
quizá la obra de un autor vivo más representada en el mundo,
Reza (París, 1959) considera que la última, Une pièce espagnole,
es su mejor obra, concebida según el principio de las muñecas
rusas: los protagonistas ensayan una obra española en la que
a su vez interpretan una obra búlgara...
–¿Por qué Una pieza española y no de cualquier otro
sitio?
–España es un país que conozco, me parece que tiene un ritmo
particular en su lengua, en su música. Me gustan mucho los
españoles, me fascina su espontaneidad. Es un país vivo, sensual.
Me pareció que iba bien con el tipo de escritura que quería
utilizar en la obra que los actores ensayan dentro de mi obra.
Me sentía con un humor español.
–¿Ha vendido ya los derechos de la obra en España?
–Todavía no, por el momento la estamos traduciendo. Es bastante
curioso porque ya está traducida al argentino y quizá se presente
en España en esa versión. El problema de esta pieza española
es que su principio funciona en todas partes salvo en España.
Quizá funcione con unos argentinos que ensayan una obra española,
así se conservaría ese ligero desfase (de culturas). Por otra
parte, la obra es muy nueva, acabé de escribirla en junio
pasado y no quiero precipitarme. Ahora tengo la suerte de
que mis obras se montan en todas partes y es mejor retener
un poco los proyectos que decir sí a todos.
Traducciones catastróficas
– Para usted, que procede de una familia donde la música estaba
muy presente, es importante la sonoridad de las palabras.
¿Le plantea muchos problemas en las traducciones?
–Sí, sí, es una catástrofe porque mi escritura es musical
y las traducciones siempre son un momento muy doloroso. Cuando
no comprendo en absoluto la lengua, no puedo controlar nada.
Pero en las lenguas que comprendo o que comprenden mis amigos
o colaboradores próximos, de entrada nunca encuentro en la
traducción lo que me interesa de la obra y acabo pidiendo
al traductor que vuelva a trabajar el texto varias veces.
–¿Qué le ha impulsado a tomar a los actores como protagonistas
de esta última obra?
–Son gente que frecuento desde hace muchos años. La relación
entre el actor y el autor es una relación muy complicada,
hecha a la vez de amor y de rechazo. El actor dice palabras
inventadas por otro, y no forzosamente de la forma en que
la persona que las ha inventado quiere que las diga. Hay un
deseo de libertad por parte del actor que va a ser constreñido
por el autor. Y éste, al mismo tiempo, espera una libertad
del actor, pero en una zona particular: demasiada libertad
tampoco es buena. Es una relación extraña.
–¿Se alegra de no haber perseverado como actriz? ¿Influye
esa experiencia en su forma de escribir?
–He actuado un poquito recientemente, pero por diversión.
No tengo ninguna nostalgia de ese oficio, mi posición actual
es infinitamente más libre. El hecho de haber sido actriz
me resulta útil a la hora de escribir, porque los autores
que tienen la experiencia física del actor conocemos los límites
de las palabras. Sabemos que podemos aislar una frase en su
bello silencio. No hace falta explicar nada, el actor está
ahí para eso. Supone una gran confianza en el actor y un tipo
determinado de escritura nada explicativa. A menudo, los autores
que no tienen esta experiencia escriben de manera más literaria
y poética. Es también una gran escritura, pero no es igual.
–Dice que se siente más próxima del personaje de Aurelia,
que en la obra es la menos afortunada de las dos hermanas
actrices. ¿No se ve como una triunfadora?
–Tengo la impresión de haber tenido mucha suerte, de haber
sido incluso extraordinariamente afortunada, pero en el fondo
no tengo la sensación de haber triunfado. ¿Triunfado en qué?
El éxito no tranquiliza, contrariamente a lo que se cree le
hace a uno muy vulnerable. Siempre se tiene la impresión de
que es una ilusión. Uno se pregunta si sabrá volver a hacerlo,
y además yo no quiero hacer siempre lo mismo, quiero ir más
allá, probar otras cosas, correr otros riesgos. La única cosa
concreta del éxito es que da una cierta seguridad financiera
y, por consiguiente, una gran libertad en el trabajo. Libertad
para esperar antes de ponerme a escribir, si no estoy inspirada.
Soy mi propio amo como escritora, pero aparte de esto me siento
como Aurelia, nada brillante ni gloriosa. Es mi naturaleza
profunda, algo que no tiene nada que ver con lo que ocurre
a mi alrededor.
–¿Cómo se siente al ver sus obras montadas?
–Depende, hay sobre todo decepciones. En los casos en los
que suelo trabajar con el director elegimos juntos los actores
y asisto a los ensayos: es más bien una alegría y si hay sorpresas
son agradables. Pero cuando me invitan a algún sitio donde
no he tenido nada que ver con el montaje –de hecho ya no suelo
ir– acaba siendo terrible. Uno se cree en la obligación de
decir que está bien, aunque no lo sienta realmente.
–En España fue Josep Maria Flotats quien montó Arte. ¿Cómo
fue?
– Hablamos bastante, pero era difícil trabajar estrechamente
a causa de la distancia. Él había visto la obra en París y
yo confiaba en él: había montado La gaviota, era una
puesta en escena excepcional, y también hizo formidablemente
Angels in America, no tenía ninguna duda sobre él.
Profeta fuera de su tierra
–La crítica francesa ha sido dura con Une pièce espagnole.
¿Por qué cree que es mejor acogida en el extranjero que en
Francia?
–Es verdad que la prensa francesa ha sido horrible, mientras
que la prensa alemana, la belga, la austriaca o la suiza han
sido elogiosas. Creo que el éxito extranjero no es bueno para
mí en lo que a los críticos franceses se refiere: la libertad
que tengo, el hecho de que no les necesite para llenar un
teatro, no es aceptable para ellos. Seguramente, también porque
el éxito comercial les resulta siempre sospechoso y todo eso
se ha agravado por el hecho de que no comento nunca mis obras,
no voy a la televisión, me niego a hacer mi promoción intelectual.
En mi opinión, las obras son lo bastante elocuentes. En un
mundo ideal, el artista no tendría que pronunciarse. Si solo
dependiera de mi, nunca daría entrevistas.
–Es usted hija de un ruso iraní y de una húngara, ha crecido
y vive en Francia. ¿Qué efectos tiene esa mezcla de culturas
en su obra?
–Al principio me hacían esa misma pregunta y solía contestar
que no influía nada. Pero luego, viajando por el extranjero,
sobre todo en los países anglosajones, mucha gente me ha dicho
que no tenía una escritura francesa, que no escribía como
los franceses, y finalmente creo que es verdad. Debe de haber
alguna influencia de la manera de hablar de mi casa, donde
no lo hacíamos en francés, y eso se refleja sin duda en mi
manera de escribir sin que yo pueda comprender cómo.
–¿Se considera integrada en la cultura francesa o se siente
más bien un poco de todas partes?
–Más que de todas partes, no me siento de ninguna. Evidentemente
me siento integrada en la cultura francesa porque hice todos
mis estudios aquí y, sobre todo, el francés es mi lengua.
Creo que en mi caso la verdadera patria es la lengua. Para
la mayoría de la gente es la tierra, pero para mí no, en absoluto.
Sin embargo, la lengua como patria es algo muy abstracto,
por lo demás, mi cultura francesa es bastante limitada, no
considero su historia parte de mi historia, ni tengo una cultura
literaria francesa mayor que la de otros países, tampoco es
la música francesa la que me gusta. En el fondo no tengo muchos
lazos culturales, salvo que luego en mi vida adulta he acabado
amando el país por su belleza, pero como tierra de acogida.
La eternidad como argumento
–Ahora que sus obras se representan o se leen en todo el mundo,
¿se pregunta al escribirlas si la entenderán igual fuera de
Francia?
–No, no, nunca he escrito para interesar o agradar a alguien
más que a mí misma. Lo que sí que hay es un afán personal
de ir a lo esencial, a la preocupación existencial: qué es
el hombre, cuál es el sentido de su vida, cuál es la identidad
humana y cuál es su relación con el tiempo. Por eso me parecía
interesante hablar de los actores, porque la relación de los
actores con el tiempo es muy aguda.
–¿En qué se diferencia de la del resto de las personas?
–Los actores envejecen como seres humanos, pero los personajes
no. Por ejemplo, cuando una actriz quiere interpretar a Nina
en La gaviota, sabe que tiene diez años para hacerlo,
luego será demasiado tarde. El hecho de que los personajes
sean eternos hace que el actor sienta de forma más violenta
la condición humana, nuestra falta de eternidad. La relación
con el tiempo es una cuestión que siempre me ha interesado,
ya me la planteaba a los 18 años, por no decir a los 16.
–Sus preocupaciones no han cambiado, y ¿su forma de escribir?
–Sí,por supuesto. Al principio eran más atmosféricas, más
clásicas, ahora escribo de manera más elíptica, más abierta,
más fragmentada. Pero esta evolución son tentativas que hago
porque me parece que el modo de narración implica un modo
de pensamiento. Es un poco la misma evolución que se ha producido
en la pintura, en la música.
Escribir después de Arte
–¿Fue difícil volver a escribir después de Arte?
– Sí, muy difícil. Tardé cuatro o cinco años, el éxito fue
desestabilizador. No llegaba a salir de esa obra, que por
otra parte yo no consideraba la mejor de las que había escrito.
La había terminado en un mes y medio y apenas si la había
corregido. Necesitaba deshacerme de todo eso y la única forma
era dejar pasar el tiempo. Une pièce espagnole también
la he escrito deprisa, aunque la he trabajado más, tres meses
y medio. Creo que es mi mejor obra.
–¿Le resulta más fácil el teatro o la novela?
–El teatro exige unas cualidades técnicas particulares porque
tiene que ser representado por actores, lo que impone una
limitación. No creo que la novela exija una técnica porque
es algo muy libre. Nunca decido de antemano si voy a escribir
teatro o novela. Un día escribo cinco líneas, puede ser una
persona que habla o una descripción, cualquier cosa, y a partir
de ahí arranco o no.
–¿Cómo ve el teatro en Francia?
–Para ser totalmente franca, no tengo ninguna opinión. (Risas).